Raúl era un niño espontáneo y de gran corazón, tenia once años se sentía satisfecho con su vida, sus resultados académicos de séptimo grado eran satisfactorios; contaba con su hermana menor Paula de seis años quien además de ser una excelente compañera de juego era su cómplice.
Paula, una niña feliz, tenía muchas muñecas con las que se entretenía en su habitación, era tan consentida por sus padres y hermano en quien tenia un amigo para divertirse, jugar y reír hasta cansarse.
Ambos niños recibieron con alegría la noticia de que irían de vacaciones al Centro Vacacional “Los Ángeles”, pues empezaban vacaciones del primer semestre del año escolar. Y con gran entusiasmo se dedicaron a preparar maletas. Cada uno empaco su juguete preferido, Raúl su patineta y Paula su payaso de colores.
Pero la niña tenía una gran preocupación, ¿Cómo dejaría sus muñecas si no estaría en casa?
Raúl que era mayor, trato de tranquilizarla, le dijo: no te preocupes, ellas estarán bien, la tía Mary las cuidara. ¿Estás seguro de que será así? Le pregunto la niña con una gran tristeza. Pero su hermano la tranquilizo diciendo. Claro que sí, yo te lo prometo.
Llego el gran día, mamá organizo todo con detalle, emprendieron la marcha en el automóvil de papá hacia el lugar donde pasarían sus vacaciones. Durante el camino observaron el paisaje, admiraban el gran número de árboles en donde posaban pájaros de diversos colores y su mágico canto, el cual los transportaba a un mundo fantástico.
Después de varias horas llegaron al lugar donde se divertirían hasta terminar sus vacaciones, Raúl y su hermana bajaron del automóvil, se quedaron parados y gritaron: Esto es muy grande, corrieron por un camino lleno de hermosas flores con abundantes pétalos el cual los conducía hasta las cabañas y aun lado estaba una enorme Villa Olímpica; esto sucedió mientras sus padres llevaban a cabo los tramites de instalación.
Raúl que era un niño con un espíritu de responsabilidad, para él era importantísimo hacerse cargo de su hermana, mientras jugaban en la piscina, ya que sus padres estaban ocupados organizando la habitación.
Pasaban las tardes recorriendo aquel bello lugar, inventándose juegos y métodos de diversión, gozándose ese capítulo de sus vidas y así, rápido pasaron los días, llego la última noche en aquel lugar y Paula con lágrimas en sus ojos le dijo a su hermano: Han sido tan hermosos los días compartidos contigo que no quiero que acaben. Raúl, que conocía el amor y la admiración que sentía su hermana hacia él, se sintió tan contento y orgulloso, que le dijo:
No te sientas triste, yo te quiero mucho y siempre estaré ahí para jugar y pasar momentos aun más felices. La niña tranquila, pues tenía mucha confianza en él, porque era su hermano mayor, lo abrazo dándole un beso grande.
Ahora sabían que cuando hay suficiente amor y admiración entre los hermanos, siempre perdurara la unión.
jueves, 10 de junio de 2010
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